#MitosTransgénicos – Parte II

Por Fernando Menéndez García
#MitosTransgénicos partes IIIIII Epílogo

Presunta imagen del Sr. Magúfez

Ahora que ya sabes lo básico sobre lo que son los transgénicos, seguro que habrás recordado un montón de debates entre científicos y gente que cree que los transgénicos son la primera señal del Apocalipsis. ¿Y no es para menos, eh?
Los antitransgénicos creen que el Infierno de Dante tiene un décimo círculo donde las multinacionales cultivan transgénicos y te obligan a pagar por sus patentes.
Los científicos… bueno, creemos más bien en un décimo infierno lleno de magufos y donde los argumentos no valdrán nada.

Así que, para no vernos castigados a acabar ahí, vamos a dialogar como buenas personas y aclarar todas esas dudas. Hemos escogido una persona antitransgénica al azar que prefiere no dar su nombre, así que lo llamaremos Anónimo Magúfez. Así que vamos allá.

Díganos, Sr. Magúfez, ¿por qué no le gustan los transgénicos?

Porque no son naturales. Ya lo habéis dicho, se hacen por ingeniería genética.
Sí y no. Como vimos en la entrada anterior, crear un transgénico significa coger un gen de un organismo y ponérselo a otro. Y es cierto que los humanos hemos desarrollado técnicas increíblemente precisas para esto, como la CRISPR-Cas que este año (2015) recibe el Premio Princesa de Asturias.

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Pero estas técnicas no son exclusivamente humanas, las herramientas que utilizamos son las mismas que usa la propia naturaleza. Por ejemplo, los enzimas de restricción o endonucleasas que nos permiten cortar el ADN en puntos concretos para introducir un nuevo gen, son los mismos que usan las bacterias para defenderse del ataque de virus, los cuales introducen su genoma en la bacteria para producir copias de sí mismos (ciclo lítico). Con estos enzimas las bacterias logran eliminarlo.

Incluso de la propia transgénesis hay ejemplos a patadas en la naturaleza (no es otra cosa que una forma de transferencia horizontal de genes; es decir, en lugar de pasar de padres a hijos, pasan de unos individuos a otros).  Los virus son grandes expertos en la creación de transgénicos. Si la bacteria no tiene defensas, no solo pueden introducir su genoma en ellas, sino integrar el suyo en el de la bacteria para que permanezca oculto hasta que llegue el momento de pasar al ataque (lo que se conoce como ciclo lisogénico). Y esto no ocurre solo en bacterias, sino en cualquier ser vivo atacado por virus, incluidos nosotros mismos. El 10% de nuestro genoma son repeticiones dispersas, sin otra función conocida que “saltar” por el ADN y hacer copias de ellas mismas (como los transposones), pero de las que llegamos a tener más de 1 millón de copias. Estas regiones de ADN proceden de antiguas infecciones por retrovirus, son restos de su genoma que se quedan ahí una vez eliminado el virus.

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Además de defenderse, las bacterias también son buenas en el ataque. Mediante un proceso conocido como “conjugación”, son capaces de intercambiar ADN entre ellas. E incluso una sola puede atrapar ADN que haya quedado en el medio cuando otra muere e incorporarlo para aprovechar sus ventajas (transformación). Sí, las bacterias son expertas en transgenificarse ellas mismas. No sé si existe ese vocablo, pero ahí lo dejo.

¿A que ya crees que se ha acabado? No te queda nada. Si de crear transgénicos hablamos, hay una bacteria que es la reina. De hecho, incluso hoy en día la forma más común de crear plantas transgénicas es aprovecharnos de ella. Aggrobacterium tumefaciens, de forma natural es capaz de insertar sus genes en plantas para obligarlas a producir aminoácidos para ellas. En el proceso crea bultos en las raíces que no son otra cosa que tumores, donde ella puede alimentarse mucho mejor.

https://youtube.com/watch?v=WbhfHQ23VtA%3Fwmode%3Dopaque

¿Y si tan natural es, qué aporta la ingeniería genética?
Ahorrar tiempo y dinero, sobre todo. Verás, todos esos bichos que modifican genes en la naturaleza no están acostumbrados a firmar contratos de trabajo, así que cuesta esclavizarlos a la vieja usanza. Antes de la ingeniería genética, si tú querías mejorar algo, tenías que hacer cruces sexuales durante varias generaciones o inducir mutaciones, lo que en ambos casos ocurre al azar, con lo que los resultados son lento y el proceso caro. Con la ingeniería genética seleccionamos el gen concreto que nos interesa y lo implantamos de forma direccional. Sabemos cómo es la casa que queremos construir, así que preferimos construirla nosotros mismos antes que tirar un montón de ladrillos desde un avión esperando que la construyan al caer.

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Imagen de: Sí quiero transgénicos

O sea, todo por el dinero
¿Y si te dijese que también permite salvar vidas? No, no me refiero solo a las vidas humanas por disponer de más comida o de alimentos más seguros, sino incluso de vidas animales. Por ejemplo, para producir queso necesitamos un enzima llamado quimiosina, que se obtiene del estómago de terneros jóvenes. En la elaboración clásica era necesario sacrificarlos y rajarles el estómago para obtenerlos. Gracias a la biotecnología, ahora tenemos quimosina recombinante, obtenida de levaduras y bacterias. También permiten tratar problemas de salud. Por ejemplo, el arroz dorado del que ya hablamos, rico en vitamina A, y que tiene como objetivo paliar la ceguera de miles de niños causada por la ausencia de esta vitamina.

¿Me estás diciendo que no son peligrosos los transgénicos?
Lo primero aquí es recordar que cuando hablamos de transgénicos no hablamos solo de productos comestibles. Hay transgénicos en todo. Ya te hemos dicho que tú mismo eres uno, debido a los virus que te colonizan constantemente. Pero no solo eso. Hay transgénicos no alimenticios con todo tipo de finalidad. Por ejemplo, en el CBGP investigan cómo mejorar la genética de los chopos para que produzcan más ramas, y de este modo obtener más madera de uno solo en lugar de tener que talar más árboles. También han creado quinoas en cuyas hojas producen proteínas necesarias para producir vacunas, en lugar de tener que infectar a un animal con un patógeno y sacrificarlo para obtener el antígeno. E incluso hay transgénicos animales, como el Enviropig del que ha hablado estos días FEBitoec. Y si tienes un poco de paciencia, mañana te hablaremos nosotros de otro.Y todo eso por no mencionar los productos que, sin ser transgénicos, requieren transgéncicos en su elaboración. Medicamentos, jabones, el líquido de limpiar lentillas, e incluso los billetes de euro, contienen o se realizan empleando enzimas procedentes de bacterias transgénicas. Incluso la ropa de algodón que utilizamos viene en su mayoría de países asiáticos, ya que el algodón Bollgard transgénico con el que se producen no está legalizado en Europa (a pesar de sus 14 años de uso sin problemas en EEUU y de los 32 estudios científicos que avalan su seguridad). Mientras tanto, los cultivos en España están desapareciendo casi todos, por la imposibilidad de competir con ellos.

Para ropa vale, pero la biotecnología alimentaria me parece antinatural y peligrosa.

Si de verdad crees eso, lamento decirte que vas a pasar más hambre que Victoria Beckham.

Prácticamente ninguno de los alimentos que consumes es la versión original del mismo, en todos ha intervenido la mano del hombre. La variante natural del maíz moderno que comemos es una planta incomestible llamada Teosinte. A lo largo de la historia humana ha sido modificado genéticamente, lo que no significa que sea transgénico; en este caso no se le insertó ADN por ingeniería genética, sino que por mutaciones e hibridaciones, ha ido evolucionando hacia el maíz comercial que conocemos hoy. Y hay muchos más ejemplos, como explica Daniel Norero.

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Vale, pero todo eso fue por mejora tradicional, no introduciendo genes de otra especie. ¿Cómo sabes que los transgénicos alimenticios no son peligrosos?

De hecho, también la mejora tradicional introduce genes de otras especies, aunque no sea mediante ingeniería genética. Por ejemplo, el Triticale es un híbrido entre el trigo y el centeno, dos especies distintas. De esos casos raros en los que el híbrido es viable y capaz de reproducirse (generalmente dos especies distintas no pueden aparearse, y cuando pueden, la descendencia suele ser estéril, como en el caso de la mula, un cruce de yegua y asno).

Pero incluso con la ingeniería genética, en principio no hay razón para pensar que un transgénico pueda ser menos seguro que el alimento del que proviene. Ten en cuenta que el ADN es destruido en nuestro sistema digestivo, y que lo que finalmente absorbemos son nucleótidos, sus piezas sueltas, que son siempre las mismas. Del mismo modo que con las piezas de un lego puedes montar cosas muy distintas pero al desmontarlo las piezas vuelven a ser iguales, al organismo le da igual si la adenina que le estás dando viene de una proteína de una vaca, de un pollo o de un conejo con alas: es una adenina, y punto.

Pero supongamos hipotéticamente que algo saliese mal en la transgénesis, y provocásemos que el bicho produjese una toxina o alguna proteína que causase alergias. Que sí, por poder, puede ocurrir. Pero puedes quedarte tranquilo. Los transgénicos autorizados son los alimentos más evaluados de toda la historia, en cuanto a composición nutricional, alergenicidad y toxicidad. En los 19 años que los transgénicos que llevan en el campo, no han dado ningún problema de salud. Tal y como recuerda Rocío Benavente, «en octubre de 2013 un metanálisis repasaba más de 1.700 estudios científicos sobre la seguridad de los transgénicos publicados de 2002 a 2012, concluyendo que no se había detectado ningún riesgo significativo». Como ella misma explica, una de las excepciones a las patentes de transgénicos es precisamente permitir su uso gratuito para la investigación científica.  Únicamente una remolacha se retiró en EEUU, una vez autorizada, pero fue por una cuestión medioambiental: se descubrió una planta que podía hibridar con ella, cosa está más prohibida que meterle el dedo en el ojo a la reina de Inglaterra.
[Actualización: metaestudio de 2016 sobre más de 900 investigaciones publicadas en los últimos 30 años reafirma su total seguridad -y beneficio- para la salud humana].
[Actualización: la Royal Society de Londres defiende que los transgénicos son seguros y pide a Europa reevaluar su prohibición (2016)]

[Actualización: Más de 100 premios Nobel cargan contra Greenpeace por rechazar los transgénicos (2016)]

No sé, yo me sigo fiando más de la agricultura ecológica y tradicional…
Nadie te quita de ello. Pero sí te recomendaría tener en cuenta tres cosas:

  1. La agricultura no es ecológica, por definición. Como explica Mulet en su blog, consiste en arar la tierra, eliminar las especies que había allí, para cultivar una única o unas pocas especies de interés, con lo que siempre va contra la biodiversidad. Con biotecnología, como se produce más por unidad de espacio, se puede utilizar menos espacio, con lo que el impacto ambiental puede incluso ser menor. La Dra. Mertxe de Renobales, premiada por la Asocición Española de Bioética, explicaba en su artículo Alimentos más sostenibles: Las semillas transgénicas en la agricultura ecológica, que como muchos OGM son resistentes, necesitan menos pesticidas y herbicidas, con lo que su daño al medio ambiente es menor.
  2. Que la agricultura ha avanzado mucho, e incluso la que hoy llamamos tradicional poco tiene que ver con la agricultura del neolítico. Se considera que la primera revolución verde fue precisamente el paso del paleolítico al neolítico, domesticando animales y cultivando las plantas que hoy nos dan de comer. La segunda revolución verde, de la que hablábamos en la primera entrada, llegó en los años 50 de la mano de Norman E. Borlaug, con hibridaciones, fertilizantes químicos y mutagénesis inducida, que permitió multiplicar la producción y salvar millones de vidas. Y la tercera, en la que nos encontramos hoy, la de los transgénicos. Pero a nadie ha parecido importarle que las dos anteriores fuesen “menos tradicionales”.
  3. Que todos estos avances se hicieron por algo. No es solo que los alimentos originales fuesen incomestibles, como el maíz Teosinte que hemos mencionado, sino que a menudo eran peligrosos. Algunos de ellos contenían toxinas que las variedades seleccionadas por el hombre eliminaron. Otros contenían patógenos peligrosos, que la biotecnología y los productos químicos contribuyen a eliminar. Y prueba de ello, la mal llamada crisis de los pepinos de hace unos años, en la que murieron varias personas, debido a la ingestión de soja contaminada con la bacteria E.coli, procedente de una granja alemana con agricultura tradicional.

¿Y qué hay de los problemas ambientales? ¿Qué pasa si se libera un transgénico peligroso al medio, o si se reproduce con la flora local?
Teóricamente, es cierto que  la ingeniería genética tiene el potencial para crear transgénicos peligrosos. Pero los que se están produciendo y comerciando ahora mismo no lo son, todo lo contrario, se busca eliminar la peligrosidad que puedan tener. No dudes que, si alguno fuese peligroso, no se llegaría a aprobar su licencia, los controles que tienen que pasar son muy duros.

La cuestión medioambiental es otra distinta, porque ahí es cierto que pueden causar varios tipos de daño, pero todos ellos tienen su solución:

  1. Daño a otras especies: como ya dijimos, debe demostrarse que la especie liberada no es peligrosa para su entorno ni para el ser humano.
  2. Transferencia horizontal de genes: para que un cultivo se apruebe, tienes que demostrar que no puede aparearse con una cepa silvestre. Hay técnicas para evitar la reproducción cruzada, en todos los transgénicos se hacen pruebas de coexistencia y, exceptuando esa remolacha se la que hablamos antes, en ninguno de los actuales se han visto problemas. ¿Puede haber revertientes? Sí, un mínimo riesgo de que por mutaciones espontáneas puedan volver a cruzarse siempre hay. Pero el riesgo sigue siendo mucho menor que con las especies silvestres, y con ellas nadie se preocupa de si hibridan o no, aunque estadísticamente ahí sí habría más riesgo de que apareciese algo peligroso.
  3. Descenso de la biodiversidad: aunque no hibriden con otras plantas, si tantas ventajas tienen las plantaciones transgénicas (resistencia a patógenos, a desecación, etc), ¿no llegará un momento en que, por selección natural, conquisten todo el territorio?

Éste último es el punto más relevante, porque de hecho sí que se ha producido este problema en ocasiones. Hasta ahora se ha resuelto parcialmente realizando liberaciones controladas, hasta comprobar que su modificación no causa que se expandan más que otras. Muchas veces esto es posible porque, la variedad modificada, ayuda precisamente a mantener a la no modificada. Es lo que se conoce como efecto halo: por ejemplo, las plantaciones resistentes a un patógeno disminuyen la presencia del parásito en el entorno, con lo que indirectamente también protegen a las variedades no transgénicas.

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Imagen de Voltairenet

Se han estudiado otras formas para evitar su propagación indiscriminada. Una de las más polémicas es la tecnología terminator, una modificación genética que hace estériles las semillas, con lo que la planta no se podría reproducir. Pero lejos de alegrarles, esto preocupó más a los grupos ecologistas, que vieron una maniobra de las multinacionales para que los agricultores no pudiesen producir sus propias semillas y tuviesen que comprárselas a ellos. Este temor, que podría haber sido real, motivó que empresas como Monsanto se comprometiesen a no utilizar esta tecnología.

Recientemente, se ha ideado un nuevo método que parece infalible para evitar la propagación de los transgénicos: con las más modernas técnicas de biología molecular, han modificado el código genético de un organismo para que necesite un aminoácido artificial. Como ese aminoácido no se encuentra en la naturaleza, la planta solo podrá crecer si la alimentamos con ella. Y lo mejor de esta tecnología es que no puede haber revertientes; da igual que sufran mutaciones o reciban genes de otros organismos, pues el candado no está en los genes sino en el ‘lenguaje de programación’. Es como tratar de instalar una aplicación de Android (código genético estándar) en iPhone (código genético modificado).

Pero si tan buenos son los transgénicos, ¿qué problema tienes en que se propaguen?
-Yo, ninguno. Estoy haciendo el papel de abogado del diablo.
-Gracias por lo que me toca.
-De nada, hombre.
-Pero sigo teniendo más preguntas.
-¿No te puedes esperar a un día que no esté tan bueno para ir de playa?
-Si ya son pocas…
-Veeenga, anda. Hagamos una cosa: vete a por un par de granizados y ven a buscarme debajo de la sombrilla. Nos vemos en la tercera parte.

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